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D. Pedro Luis, Vicario Parroquial. Presentación y Homilía.

Palabra
Eucaristía
Parroquia
D. Pedro Luis Vives fue recibido como nuevo Vicario Parroquial el pasado domingo, 5 de octubre.
Partió el pan Pan de la Palabra con una profunda homilía que publicamos.
El Párroco le dio una sentida acogida con el texto de la carta a Timoteo que se leía este domingo, y señalando la "urgencia formativa" que ha de primar en la acción parroquial especialmente en el campo de la Palabra, la Liturgia, la vida espiritual, y la acción concreta de la caridad a los más necesitados.
 
La parroquia está muy agradecida al servicio que va a prestar especialmente en la dimensión formativa de la parroquia.
La transmisión de la fe y el acompañamiento son los objetivos de la parroquia para el presenta año pastoral.
 
TEXTO DE LA HOMILÍA
“Bendigamos al Señor, creador nuestro. Él es nuestro Dios, y nosotros su pueblo, el rebaño que él guía” (Salmo 94). Estas palabras del salmo, que hemos proclamado, nos ayudan a todos a situarnos ante la mirada benevolente de Dios, en esta mañana de domingo, al celebrar la eucaristía. Somos su pueblo, el rebaño que Cristo, buen pastor, reúne y guía. Para mí, esta celebración es largamente deseada, porque ella significa el inicio de mi ministerio, de mi servicio, en esta parroquia de Ntra. Sra. de Gracia, de Alicante. Un servicio que desempeño al lado del vuestro párroco D. José María, al que saludo con afecto y al que agradezco sus amables palabras de presentación. Juntamente con él, saludo a los demás hermanos sacerdotes, que comparten su trabajo ministerial en esta comunidad. Saludo también a todos los fieles y especialmente a los miembros del consejo pastoral parroquial.
 
Queridos hermanos y hermanas. Todos juntos hoy formamos esta asamblea litúrgica, signo de la presencia resucitada de Jesús entre nosotros. El salmo nos invitaba a este encuentro con dos palabras: “venid”, “entrad”. ¡Es la eucaristía!, la eucaristía dominical, donde los discípulos del Señor nos sumergimos en el banquete de su sacrificio redentor, proclamamos que él ha resucitado, que está vivo y es dador de vida, y testimoniamos que su presencia es fuerza, gracia y alegría, para nuestro camino cotidiano. “Ojalá escuchéis hoy voz del Señor”. El salmo nos invitaba abrir nuestro corazón a su palabra, para acogerla una vez más con fe, esa fe pequeña como es el granito de mostaza del que nos habla Jesús en el evangelio, pero que encierra una vitalidad asombrosa.
 
Todos los textos de la liturgia de este domingo nos hablan de la fe, que es el fundamento de toda la vida cristiana. Jesús valoraba mucho esta actitud del corazón humano. Hoy Jesús educa a sus discípulos a crecer en la fe, a creer y confiar más en él. Por eso, los discípulos le piden: “auméntanos la fe”. Es una petición bella, podríamos decir, la petición más importante del evangelio. Los discípulos no le piden bienes materiales, no piden privilegios: piden la gracia de la fe, que oriente e ilumine toda su vida; la fe que les permita poder estar en relación íntima con él, recibiendo de él todos los dones, incluso la valentía y la fuerza en medio de los cansancios y los sinsabores.
 
Jesús les responde de modo indirecto, con una imagen desconcertante para expresar la vitalidad de la fe. Él, que en todos sus milagros invitaba a la fe, como si ellos los causarán: “tu fe te ha curado”, “tu fe te ha salvado” (—decía durante los milagros); ahora les va a mostrar que la fe es ciertamente el mayor milagro para el hombre, el único milagro verdadero: “si tuvierais fe … diríais a esa morera: “arráncate de raíz y plántate en el mar”, y os obedecería”. Si creyéramos de verdad, veríamos cosas increíbles. Como una palanca que mueve mucho más que su propio peso, así es la fe. La palanca capaz de mover nuestras vidas, el universo. ¡Danos Señor, una pizca de esa fe que la que hablas hoy! Un poco de esa fe basta para realizar cosas impensables, extraordinarias, como esa morera que extiende sus raíces en las aguas amargas del mar. De la fuerza de la fe nos da testimonio también el profeta Habacuc en la primera lectura. Implora al Señor a partir de una situación de peligro, de iniquidad y de opresión; y recibe una visión que habla de cómo Dios traza su proyecto en la historia a través precisamente de la fe: “el injusto tiene el alma hinchada, pero el justo vive por su fe”. Una frase que será meditada siglos después por san Pablo, en su carta a los Romanos, y que antes, maduró en el corazón de Santa María, al proclamar en el Magnificat: “derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes”. Así es el proyecto de Dios: el impío, el que no actúa según la voluntad de Dios, confiando en su propio poder, se apoya en una realidad frágil e inconsistente. Por eso se doblará, está destinada a caer. El justo, en cambio, confía en una realidad oculta, pero sólida, confía en Dios y por ello tendrá vida.
 
Queridos hermanos, así es la vitalidad de la fe. Asombrosa, insólitamente fecunda. Sin embargo, hoy parece que esta visión no es la que prevalece entre nosotros. A menudo nos referimos más bien a las dificultades que tiene hoy la fe en nuestros entornos. Hoy, en vez de crecer con vigor y energía, parece extinguirse, desaparecer. Ciertamente, afrontamos un desafío mayúsculo, como refleja nuestro plan diocesano de evangelización, que es el reto de transmitir esta fe hoy. A la hora de diagnosticar los medios que permitan transmitirla, no podemos olvidar esta escena del evangelio, que nos enseña que la fe crece desde dentro, desde su propia vitalidad, como una pequeña semilla, como un granito de mostaza. Las fuerzas del crecimiento del cristianismo son interiores, sobrenaturales. Son gracia de Dios. Esa gracia llega a nosotros por muchos medios, pero sobre todo por los sacramentos. Ellos constituyen un “círculo virtuoso” de crecimiento de la fe. Me refiero con esa expresión (“círculo virtuoso”) a la que utilizó Benedicto XVI al hablar del santo cura de Ars, en la carta de convocatoria del año sacerdotal, en el 2010. Enviado a una parroquia pequeña, donde “no había mucho amor a Dios” como le dijera su obispo al destinarlo, el cura de Ars desarrolló sin embargo un método pastoral para la conversión de esa parroquia, que consistía en un círculo “virtuoso”: “del altar al confesionario”. De ese modo, con su ejemplo personal, identificándose con el sacrificio de la cruz, es como el santo párroco atraía a numerosos fieles a la conversión y a la fe.
 
Al comenzar ahora mi ministerio en esta parroquia, pienso en los maravillosos frutos que esta comunidad siempre ha dado para la ciudad de Alicante, incluso para su provincia. Enclavada en el centro de esta ciudad, populosa, turística y tan abierta a tantos cristianos de paso, esta parroquia ha sido el fiel reflejo de este fecundo método pastoral de Ars: “del altar al confesionario”. Este método sigue siendo actual, eficaz. Es auténtica Iglesia “en salida”: porque como señalaba el cura de Ars “no es el pecador quien regresa a Dios a pedirle perdón, sino Dios mismo quien va tras el pecador y lo hace volver a Él”. Al iniciar mi misión en la parroquia, deseo prolongar la misión de tan buenos sacerdotes que se han entregado a este método en esta parroquia, celebrando la misa y ofreciendo la reconciliación de Dios en el sacramento del perdón. Ciertamente, a estos dos “lugares” de vitalidad y crecimiento de la fe, hay que sumarle un tercero: el “ambón”, el lugar del que se proclama la palabra de Dios. Sólo desde la unidad entre la palabra y el sacramento, la fe se nutre debidamente para crecer con vigor. De especial importancia es hoy todo el ministerio de la palabra, incluida la catequesis y la formación. Como el mismo Papa Léon XIV indica, desde el inicio de su pontificado, hoy la Iglesia debe afrontar la “emergencia formativa” en todos los niveles. Las parroquias, indica, necesitan formación y, donde no la haya, sería importante incluir cursos bíblicos y litúrgicos” (19 de septiembre 2025). Me sumo desde ahora a todas las iniciativas de formación que se han emprendido ya en la parroquia, y vengo a ayudar al párroco en esa tarea tan exigente, que requiere sabiduría y dedicación.
 
Mis palabras finales son para indicar que esta palabra de Dios se cumple hoy. Y es que, en la segunda parte del Evangelio de hoy se presenta una segunda enseñanza. Jesús nos invita a ser humildes, y para ello pone el ejemplo del siervo que viene del campo. Cuando regresa a casa, el patrón lo que le pide es que trabaje más, que le continue sirviendo. Para la mentalidad del tiempo, el patrón tenía pleno derecho a exigirlo. Jesús nos hace tomar conciencia a todos así que, ante Dios, todos somos siervos, nunca somos acreedores frente a él, sino que somos siempre deudores porque todo es don suyo. Debemos decir como invita Jesús: «Somos siervos inútiles, hemos hecho lo que teníamos que hacer”. Vengo a vosotros de esta forma, con humildad, dispuesto a servir así a Dios. Así lo he hecho en todos los lugares que he estado y así lo desarrollo también en todas las tareas que desempeño. Hacer lo que hay que hacer. Esta es la máxima humildad.
 
Acojo esta enseñanza del evangelio hoy, al iniciar mi ministerio, como también la exhortación de san Pablo a Timoteo: reaviva el don de Dios que te vino por la imposición de las manos. En cada nuevo destino y servicio que desempeñamos los sacerdotes, se reaviva la gracia del día de la ordenación, del día que nacimos al sacerdocio. Termino suplicando a Dios que me conceda, como recuerda san Pablo, un espíritu de fortaleza, de amor y de templanza, por el que pueda tomar parte en los duros trabajos del Evangelio, para velar por el depósito de la fe y no avergonzarme de dar testimonio así de Jesucristo. Que Santa María, la Señora de la Gracia, me ayude a esta tarea.